Me gustan los atardeceres de primavera en Castellón. Mientras el sol va resistiéndose a dejar paso a la iluminación nocturna, la gente pasea intentando cazar ese último rayo, ensimismados en conversaciones cotidianas que nunca oiré ni tampoco pasarán a la historia; los niños juegan distraídos a que son maestros de un balón o corredores de fantasía, con una sonrisa que les acompaña pese a que al siguiente segundo la tierra les traicione y pierdan el equilibrio; y yo escucho esas alegres melodías mezcladas con la fragancia que desprende una ciudad que añora el mar como mujer y como vida pero que mantiene la esperanza que un día transforme su belleza en realidad.
2 comentarios:
Me ha encantado como has sabido captar la esencia del momento...
Cyn
Creo que me gusta precisamente esa sensación de cotidiano y efímero que ofrece un día cualquiera en una ciudad corriente
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