lunes, marzo 01, 2010

El espejo de la piña que se reflejó en una lámpara

Un día en un momento soleado, donde el cielo tocaba la sonata del corazón, brillando estaba el sol y las nubes dejaban que su luz llegara al prado y a la tierra. Yo me encontraba pletórico, pues los días que paso en el campo me permiten alcanzar y mantener el nexo con la naturaleza que me acompaña en mi propia respiración.

Caminando estaba por ese prado que emulaba el espejo de la felicidad cuando observé un pino que tocaba el cielo de lo alto que era. Mientras lo veía se cayó una piña. Esa piña parecía igual que cualquier otra pero en su interior latía un ser con una energía mucho mayor. Me acerqué este regalo del pino al oído cuando empezó a contarme una historia de otra época donde el ser humano inventaba lámparas llenas de chocolate y ángeles imaginarios eran consultores para ser espontáneos y darnos cuenta de las cosas. Esa piña iba susurrando una historia donde el protagonista era yo:

Había un caballo que galopaba veloz, era fuerte y aguerrido pero a la vez, consciente de su propio valor. Ese caballo era yo. Cada día me acercaba a un establo cercano de una amable familia. Allí había una niña pequeña que jugaba conmigo y se llamaba Freyja. Todos los momentos que pasaba con ella eran felices, únicos e irrepetibles sin problema ninguno.
Había días en que Freyja me acercaba a lagos de felicidad, otros en que veíamos atardeceres, otros en que la luz de la luna iluminaba el camino de vuelta.
Un día encontramos un rastrillo que araba los problemas del tiempo, con él jugamos y podíamos limpiar zonas que estaban oscuras, con él nos pudimos alejar del establo, ir descubriendo nuevas familias, y pude envejecer en paz.
Y mientras ella se hizo adolescente yo pudi descubrir a una yegua preciosa con la que gocé del amor más puro y al morir yo, ya sin fuerzas, el rastrillo se había esfumado porque ya no hacía falta. Los problemas del tiempo habían desaparecido, yo había tenido una vida plena y Freyja había logrado ser adulta.

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