Buceaba entre los nervios del mancebo y su guarda, entre los cabos de amura y el viento en proa, perdido por no marearme entre el encanto que guardaban sus ojos.
Intenté sumergirme en el océano que hervía debajo soñando en cuidados fondos de atenciones, acercamientos, sonrisas y canciones...pero me equivoqué.
Lancé las amarras a puerto cerrando sus ojos, pero mi capitán era inexperto, y no supo captar las señales del viento, aunque fueran de tormenta o de calma. Se conformó con disfrutar del momento sin buscar más allá de una caricia, sin deleitarse por el postre más jugoso si con la simpleza de la realidad le era suficiente.
Pero fue así y no de otra forma. Durante unos breves instantes se detuvo el tiempo y tuve contacto con la suavidad de la perla.
Aunque fue la primera vez, aunque posiblemente sea la última.
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